Columnas

La triste realidad del deporte mexicano

El evento se presenta como un notable encuentro internacional donde atletas de casi doscientas naciones se enfrentan en una competencia que sigue el lema histórico de Pierre de Coubertin: "Citius, Altius, Fortius" .
Isidro Aguado Santacruz Archivo

"El deporte es el espejo de nuestra ambición y nuestro fracaso; en la arena olímpica, México refleja tanto el potencial inexplorado como las fallas sistemáticas que impiden su grandeza."

Isidro Aguado

En el marco de los Juegos Olímpicos de París, el evento se presenta como un notable encuentro internacional donde atletas de casi doscientas naciones se enfrentan en una competencia que sigue el lema histórico de Pierre de Coubertin: "Citius, Altius, Fortius" (más rápido, más alto, más fuerte). Este lema no solo representa el anhelo de alcanzar nuevas alturas en el deporte, sino también una aspiración continua de superación personal y colectiva. Aunque los Juegos han cambiado drásticamente desde sus primeras ediciones en la antigua Grecia, el ideal de promover la paz y la unidad global persiste, aunque su implementación ha evolucionado con el tiempo.

En la actualidad, el atleta olímpico va más allá de ser un mero embajador de paz; encarna la cohesión nacional y se erige como un héroe que simboliza un país en busca de la victoria y la gloria. Su participación no solo es un triunfo personal, sino también una demostración del vigor de su cultura, del deporte como una manifestación de su identidad, y de una soberanía que aspira a destacar en el ámbito global con una actitud decidida y desafiante.

El deporte constituye un componente esencial de la identidad cultural de las naciones y es indicativo del nivel de desarrollo de un país. No se limita a una simple forma de entretenimiento. De igual manera que en los campos de la economía, la tecnología, la ciencia, las humanidades y otras áreas, los gobiernos globales buscan destacarse, alcanzar la excelencia, obtener victorias y acumular premios. Además, se esfuerzan por exportar modelos económicos, imponer tecnologías bélicas y desarrollar armamentos con el fin de prevalecer en conflictos.

Cada individuo arrastra una herencia genética del progreso impulsado por las administraciones para avanzar, alcanzar mayores alturas y adquirir mayor fortaleza, incluso en el ámbito de la competencia armamentista. En esta perspectiva de éxito, el deporte a veces reemplaza a la Guerra Fría, transformando el medallero olímpico en un campo de juego similar a un tablero de ajedrez, donde la victoria suprema es ocupar el primer puesto y superar también a los adversarios ideológicos, comerciales, tecnológicos e intelectuales.

El régimen nazi comprendió perfectamente el papel crucial que jugaba la formación atlética como símbolo de una raza, una supremacía y una representación de la unidad nacional. Por ello, el propagandista Goebbels incorporó el deporte en su ministerio, igual que lo hizo con el cine y la educación. Capacitar a los jóvenes para que fueran físicamente y mentalmente excepcionales era tan vital como manipular las conciencias y mantener a la sociedad deslumbrada por un objetivo común: la cohesión nacional bajo el nazismo.

En una analogía contemporánea, el Estado actual debería adoptar un enfoque similar a través del deporte. Destinar recursos y tiempo a la preparación de sus atletas para obtener medallas también debe servir para que el mundo reconozca el sistema de gobierno que los condujo al éxito

En México, lamentablemente, nos encontramos en una senda opuesta a la velocidad, la altura y la potencia. A nivel nacional, carecemos de una estrategia deportiva que potencie a atletas de alto nivel capaces de encarnar la singularidad del mexicano; la burocracia en el ámbito del deporte ha mermado nuestro ímpetu combativo, similar al de las antiguas guerras floridas. No hemos recibido ni la ambición por el triunfo ni el impulso hacia el trabajo en equipo; el conformismo y la mediocridad parecen ser partes integrales de nuestra identidad, llevándonos a considerar que lo crucial no es ganar, sino meramente participar.

Manifestamos nuestro aspecto más vulnerable como nación: la indiferencia hacia la competencia y el éxito, el conformismo, y la inclinación a aceptar con resignación el estar en la mitad de la clasificación, contentándonos con estar entre los quince primeros si tenemos suerte. Esta actitud derrotista, además, es reforzada por los medios de comunicación, cuyos comentaristas explotan de entusiasmo y hasta se deshacen en elogios cuando un atleta alcanza el quinto u octavo lugar, lejos de las medallas, pero "enalteciendo el nombre de México".

La gestión de la burocracia en el ámbito deportivo ha estado bajo el control de políticos, imposiciones presidenciales o deportistas con bajo desempeño que no lograron ascender a cargos de relevancia como representantes populares. La administración actual, siempre bajo la sombra de sospechas de corrupción nunca esclarecidas ni sancionadas, ha actuado con total impunidad, lo que resultó en la destrucción de cualquier avance estructural en el deporte. Centrada más en sus propios intereses comerciales, la directora de la CONADE eliminó las becas para los atletas, a pesar de los patrocinios privados, disolvió federaciones y dejó a los pocos deportistas de élite en una situación precaria, como ocurrió con las jóvenes del nado artístico sincronizado, a quienes sugirió vender ropa interior o utensilios de cocina para cubrir los gastos de su entrenamiento. Mientras tanto, ella, en su rol de hedonista, disfrutaba de cenas en restaurantes exclusivos, mientras los competidores mexicanos se esforzaban al máximo.

Aunque México ha demostrado carencia en deportes colectivos, sobresale en disciplinas individuales, especialmente cuando existe una gran ambición de éxito, como lo evidencian boxeadores, taekwondoínes, los renombrados marchistas bajo la dirección de Jerzy Hausleber, clavadistas y atletas en diversas categorías. No podemos resignarnos al fracaso perpetuo; al igual que destacamos en ciencia, artes y literatura, es posible lograr éxitos deportivos si se erradican las corrupciones burocráticas.

Es crucial fomentar desde temprana edad a los jóvenes que nos representarán en el futuro, inculcándoles una mentalidad ganadora, el deseo de alcanzar el éxito y apoyando su desarrollo físico y atlético. El nuevo gobierno debe abordar esta tarea pendiente y rechazar la mentalidad derrotista como destino inevitable.

En conclusión la triste realidad del deporte mexicano, no solo refleja la falta de una estrategia efectiva y el impacto de la burocracia, sino también una profunda crisis de identidad y ambición en el ámbito deportivo. Mientras que el potencial de nuestros atletas es innegable, el verdadero desafío radica en superar las barreras internas y externas que impiden el progreso. Es imperativo que México no solo impulse a sus deportistas con el apoyo necesario, sino que también transforme su enfoque hacia el deporte como una prioridad nacional, en lugar de una mera aspiración. Solo así podremos cambiar esta triste realidad y aspirar a la grandeza en el escenario internacional. Excelente fin de semana.