Columnas

El Rumbo de México

"El precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por los peores hombres.", Platón
Isidro Aguado Santacruz Archivo

La discusión contemporánea sobre el porvenir de la democracia en México se ha concentrado en la llegada de un nuevo orden político. El consenso es casi unánime: las recientes reformas constitucionales, impulsadas por el actual gobierno y aprobadas de manera acelerada por el Congreso de la Unión, marcarán un punto de inflexión en la estructura política del país. Sin embargo, el verdadero carácter de esta transformación sigue siendo motivo de controversia. Mientras algunos observadores sugieren que el cambio se enmarcará en un proceso democrático, otros advierten que estamos ante un giro que nos llevará hacia un sistema autoritario.

Este desacuerdo ha puesto en evidencia que las categorías tradicionales sobre cambio político ya no son suficientes para interpretar los nuevos desafíos que enfrenta la democracia mexicana.

En la historia de México, cada etapa de transformación política ha traído consigo una profunda revisión de los valores que sustentan el sistema. La Revolución Mexicana, las reformas estructurales de la segunda mitad del siglo XX, y la transición democrática de los años noventa, son solo algunos ejemplos de cómo el país ha enfrentado retos que han redefinido sus cimientos. Sin embargo, lo que enfrentamos hoy no es solo una revisión de las instituciones políticas, sino un cambio en el propio concepto de lo que significa la democracia.

El debate no radica únicamente en la aprobación de las reformas, sino en el sentido último de esas modificaciones. Por un lado, algunos analistas señalan que estos cambios representan una oportunidad para consolidar un régimen más inclusivo, con instituciones más fuertes y un marco legal que garantice la participación ciudadana. Por otro lado, están quienes advierten que estas mismas reformas son un caballo de Troya, que oculta un intento de concentración de poder en manos del Ejecutivo y un retroceso hacia prácticas autoritarias.

La ambigüedad sobre la dirección de este cambio político tiene raíces profundas. El México contemporáneo ha experimentado un auge de populismos y liderazgos carismáticos que, bajo la bandera de la democratización, han avanzado agendas políticas que cuestionan los principios básicos de la democracia liberal: la separación de poderes, la rendición de cuentas, y las libertades civiles.
En un contexto en el que las instituciones democráticas se han visto debilitadas, tanto por la corrupción como por la falta de legitimidad en algunos sectores, la tentación de concentrar el poder para "poner orden" es alta. Pero, como nos enseña la historia, el camino hacia el autoritarismo suele estar pavimentado con buenas intenciones.

Los gobiernos que han buscado concentrar el poder, desde Porfirio Díaz hasta regímenes autoritarios en otras partes del mundo, han justificado sus acciones bajo el pretexto de garantizar la estabilidad y el progreso.
La pregunta central es si México está transitando hacia un modelo en el que la democracia es solo una fachada, donde las elecciones y las instituciones son controladas desde el poder central, o si este proceso de cambio es genuino en su intención de fortalecer la participación ciudadana y la transparencia gubernamental.

El proceso legislativo en curso también genera dudas sobre la naturaleza de las reformas. Las modificaciones constitucionales han sido aprobadas a una velocidad inusitada, lo que ha encendido alarmas sobre la calidad del debate y la deliberación en el Congreso de la Unión. Un sistema democrático requiere tiempo y espacio para que los distintos actores puedan exponer sus puntos de vista, para que las reformas sean evaluadas y para que la ciudadanía esté debidamente informada.
La prisa con la que se están aprobando estas reformas sugiere que se está priorizando la agenda política del Ejecutivo sobre el interés de la nación. La velocidad con la que se han implementado los cambios, sin un análisis profundo ni consultas amplias, es sintomática de un sistema que está dejando de lado los principios de deliberación democrática.

A medida que avanzamos en esta etapa crucial, el futuro de la democracia en México parece estar en juego. El país se enfrenta a una encrucijada: o se refuerzan las instituciones democráticas y se consolida un régimen que respete la pluralidad y la participación ciudadana, o se corre el riesgo de caer en una concentración de poder que erosione los fundamentos del sistema democrático.
El cambio es inevitable, pero la dirección que tomará depende de la capacidad de los actores políticos, los ciudadanos, y la sociedad civil para cuestionar, reflexionar y actuar frente a las decisiones que se están tomando en estos momentos.

En última instancia, el rumbo de México no es un estado estático, sino un proceso continuo de construcción. Si México desea mantener su promesa democrática debe ser consciente de que la libertad, la justicia y la participación no son concesiones del poder, sino conquistas que deben ser defendidas y fortalecidas constantemente. Cada generación tiene la responsabilidad de vigilar que los avances logrados no sean socavados por la tentación del autoritarismo, y que el progreso sea siempre hacia un horizonte más justo y equitativo para todos.

El desafío para México, en este contexto, no es solo consolidar sus instituciones, sino también renovar el compromiso con los valores democráticos que han sido el pilar de su evolución política. Excelente inicio de semana lectores.